sábado, 4 de enero de 2020

Para reflexionar: Daltónica Navidad #cuentosdeNavidad

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Catalina, Eduardo y Enrique, eran los niños que vivían, reían y jugaban entre las firmes paredes de aquella casa. Para ellos era costumbre pasar la noche en blanco mirando a través de la ventana hacia Oriente o escuchando tras la puerta los misteriosos pasos de aquellos queridos extraños. Mientras tanto, los magos les dejaban presentes cerca de los relucientes zapatos que habían colocado bajo aquel abeto que su abuela mandaba traer cada Adviento desde los Alpes suizos. 

Catalina, una adolescente de quince años, soñaba con encontrar a su media naranja, posiblemente un príncipe azul que le hiciera ver la vida de color de rosa, tal y como su padre hizo con su madre. Eduardo aspiraba tener el último modelo de teléfono móvil para poder presumir delante de sus verdes amigos de ser el único de todos ellos que tenía aquel diseño exclusivo. Y finalmente, el príncipe de la casa, Enrique, sólo quería ponerse morado comiendo bombones de chocolate mientras jugaba a las guerras en realidad aumentada como hacía su hermano mayor. Sus regalos irían decorados con cintas de terciopelo verde.

Desde que Omar, Lina y Sara escucharon explotar la primera bomba cerca de su casa, sus mentes acordaron quedarse en blanco para poder sobrevivir en un mundo que miraba hacia Occidente. Al igual que sus familiares y amigos, se vieron obligados a comenzar una condena injusta hacia el destierro. Convirtieron las gélidas telas de aquella tienda en su hogar y aprendieron a comer marrones, a vivir en tonos cenicientos y a asumir un futuro negro. 

Omar aspiraba a salir del campo de refugiados algún día, a leer muchos libros de Medicina y a convertirse en lo que había sido su padre antes del ocaso, un prestigioso cirujano. Lina quería volver a sentirse segura en los brazos de su celeste abuela quien le contaba cuentos cuando trataba de dormir, algo que no había conseguido desde entonces. Sara lloraba al rojo por intentar conseguir algo de alimento de su madre, una mujer consumida por un dolor crónico en el alma que su marido no ha podido sanar. Sus sueños iban adornados con gotas de sangre carmesí.

Quizás fuera la oscuridad de la noche, el cansancio, o error de cálculos del GPS pero los Reyes Magos confundieron los envoltorios y así los anhelos de los niños. Ninguno supo qué hacer con los regalos. No estaban preparados para ellos. No traían manual de instrucciones.


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