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En la Crónica del Rey Enrique IV de Diego Enríquez es donde, posiblemente, apareciera por primera vez una referencia a este dicho popular.
Según se cita en esta obra, durante el reinado de Enrique IV, le fue concedido el arzobispado de Santiago de Compostela a un sobrino del arzobispo de Sevilla, don Alonso de Fonseca. En aquel momento, Galicia era un territorio convulso por eso el sobrino le pidió ayuda a su tío quien, amablemente, cedió a ir a apaciguar los ánimos en la región, quedándose el sobrino a cargo del arzobispado de Sevilla.
Tras resolver la revuelta, don Alonso de Fonseca volvió a Sevilla donde su sobrino se resistió a devolverle la sede hispalense.
Para que cada uno volviera a su lugar se necesitaron: un mandamiento del Papa, la intervención del Rey y el ahorcamiento de algunos partidarios del sobrino, tras un breve proceso.
El dicho popular en la actualidad hace referencia a cómo la ausencia perjudica al que se va lejos de su lugar, sea este físico o no.
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